La identidad de Shakespeare, un dogma del siglo XXI

  Ningún ser vivo es ajeno a su entorno. Ningún autor es disociable del medio que le rodea. La sentencia proverbial de José Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias” expresa de forma magistral este concepto. 

 El inmenso legado del más admirado de los dramaturgos nos proporciona un magnífico retrato de la identidad de Shakespeare.  

 La privación de libertad y la brutalidad institucional marcaron el día a día en la Inglaterra de finales del siglo XVI y principios del XVII. La historia descubre que estas épocas de opresión y censura ponen a prueba la capacidad de nuestro ingenio; el uso intensivo de la polisemia es una de sus señas de identidad. Los autores isabelinos que se atrevieron a dejar constancia de su inquisitorial realidad se valieron de los recursos literarios a su alcance para disfrazar sus mensajes de forma que no fueran demasiado obvios y tuvieran opción de sortear la censura. Por su parte los lectores habrían de hacer un esfuerzo adicional para desentrañar la intención que el autor escondía entre líneas. 

 Al igual que el de muchos de sus contemporáneos, el corpus de Shakespeare está plagado de dobles sentidos. Son muchos los expertos que advierten la inigualable maestría de Shakespeare en su técnica de incorporar en sus escritos mensajes magníficamente velados.

 Consciente de esta realidad, me he preguntado durante años cuál es el trasfondo de La Tempestad, obra que además de encabezar el First Folio1, señala también su epílogo, ¿podría tratarse de una composición de carácter metafórico donde tanto el desenlace de la tempestad que da título a la obra, como las vicisitudes de sus protagonistas son sólo el envoltorio de una historia más profunda asociada a la realidad de su autor?

 La primera escena de La Tempestad, cuyo estreno tuvo lugar en 1611, relata cómo una embarcación regia que transporta al Rey de Nápoles y parte de su séquito, se enfrenta a una terrible tormenta. El autor se las ingenia para describir el evento sin aludir al viento en una sola ocasión; sorprendentemente, las llamas y el fuego, a juzgar por las seis ocasiones en que se mencionan, debieron ocupar un papel protagonista en el referido evento.

 La nave real retornaba de un largo viaje tras la celebración de la boda de Claribel, hija del Rey de Nápoles, con un monarca extranjero. ¿Podríamos identificar a Claribel con algún personaje histórico real? 

¿Porqué La Tempestad relaciona a esta Claribel reina de Túnez con Dido la reina de Cartago?

 Próspero, el poderoso mago y personaje central de la obra, exhorta a su hija: Doce años, Miranda, han pasado doce años… ¿podría este dato guardar relación con las circunstancias del autor?

 Los marineros en La Tempestad sólo tienen una frase:

 All lost! To prayers, to prayers! All lost!

 ¡Todo perdido, recemos, recemos, todo perdido!

extraña sentencia para poner en boca de unos marinos que se enfrentan a un temporal. El autor los presenta como “mariners wet” (marineros mojados) ¿porqué Shakespeare eligió un adjetivo tan poco pictórico y no, por ejemplo, “asustados” o “resignados” con el que aportaría más dramatismo a la escena?

 Los académicos llevan siglos analizando el corpus de Shakespeare, cada línea de sus textos ha sido objeto de intenso escrutinio; sin embargo, indagando en los textos publicados por la ortodoxia difícilmente conseguiremos disipar ninguna de las dudas planteadas. Para desentrañar las lecturas encubiertas de La Tempestad, hemos de liberarnos de preconcepciones y de propuestas que no se amparan en evidencias.

 La Tempestad no es la única creación de Shakespeare que reclama una lectura biográfica, tan sólo es una muestra más de la tónica reinante en toda su obra, incluyendo sus sentidos y reveladores sonetos. Todo el corpus de Shakespeare merece un profundo análisis. Si en vez de obviar las dobles semánticas prestamos nuestros sentidos a la lectura, estaremos en condiciones de descubrir otras tramas; la mayoría de ellas guardan relación con un autor de prestigio que nos intenta recordar que su nombre y su reputación han sido usurpadas.
 Las referencias a la vida y la obra de Marlowe en los escritos de Shakespeare se cuentan por centenares; muchas están lo suficientemente claras para que el lector documentado se percate de ellas. Sólo la exclusión de Marlowe de los libros de historia, donde su nombre fue erradicado durante más de dos siglos, o la ley del silencio que acompaña a la imposición stratfordiana, pueden acallar esta realidad.
 En cualquier caso, los libros de literatura, incluso los recomendados o publicados por la mayoría de universidades, sostienen que Shakespeare, el insigne poeta, nació en Stratford-upon-Avon un día de abril de 1564.  

 El “problema de la autoría” es menospreciado e incluso ridiculizado en el mundo académico y muy particularmente en el británico; la negativa a mantener una actitud coherente en este asunto se ha convertido en la norma. Sobre aquellos académicos que se plantean contemplar o debatir abiertamente el asunto de la autoría pende una espada de Damocles advirtiéndoles del peligro que se cierne sobre su continuidad en sus puestos de trabajo. Por si esto fuera poco, ha quedado constatado que las universidades británicas no están abiertas para los investigadores que pretendan documentarse para defender la candidatura de Christopher Marlowe2. Este insólito precedente pone en entredicho al sistema educativo que lo respalda. ¿A qué se tiene miedo?

 La imposición stratfordiana obliga a los académicos a otorgar el laurel al candidato de Stratford; mientras, las instituciones que amparan semejante sinsentido pierden toda su credibilidad.

 El objetivo de todo sistema de enseñanza debería ser formar y educar. La adquisición de conocimiento, el ejercicio de la razón y la defensa de los valores éticos, como son la búsqueda y la defensa de la verdad, deberían ser elementos esenciales de la docencia. Fomentar la imposición stratfordiana o restringir el acceso a determinadas investigaciones pertinentes no es sinónimo de educación pero sí lo es de adoctrinamiento.

 Lo que las instituciones británicas está haciendo con el asunto de la identidad de Shakespeare bien merece la sentencia que Hamlet dedica a su propio país:

Something is rotten in the state of Denmark

Algo está podrido en el estado de Dinamarca

Grabado de Shakespeare.jpg

Grabado que ilustra la segunda edición de Los Sonetos de Shake-speare (1640)

 Cuando desvelamos la verdadera identidad de Shakespeare experimentamos una profunda gratificación, por fin todo comienza a tener sentido, ya no necesitamos rehuir las dobles semánticas o desligar autor y obra; la lógica, la ética y la coherencia encuentran el lugar que les corresponde y al tiempo nos libramos de la pesada carga que supone servir como transmisores generacionales de mezquindad.

 La lectura de Hamlet o La Tempestad desde la realidad de su autor, nos descubre la auténtica dimensión del legado de Shakespeare y nos permite entender, por ejemplo, por qué los censores del reino adjudicaron un “No Pasa” a As You Like It (Como Gustéis).

  1.  First Folio es el nombre con el que ha pasado a la historia el volumen que apareció impreso en 1623 y donde se publica por primera vez un compendio de la obra de Shakespeare.
  2. En una entrevista concedida a la BBC en 2013 con motivo de la publicación de su galardonada obra de ficción The Marlowe Papers, novela que versa sobre la posibilidad de que Christopher Marlowe y Shakespeare fueran la misma persona, la doctora en literatura comparada Ros Barber describe así la hostilidad a la que tuvo que enfrentarse:

“One of the things that fascinated me most, was to discover, when I started researching the novel, that it’s completely taboo. It was made very clear to me that if I wasn’t researching it in order to write a work of fiction, I would not be allowed to research it at a British university at all.”

“Una de las cosas que más me impresionó fue constatar, cuando empecé la investigación para la novela, que se trata de un absoluto tabú. Se me expuso muy claramente que, si la indagación no se encaminaba a escribir una obra de ficción, no se me permitiría investigar el asunto en ninguna universidad británica.”

                          

                                                                                    

Un comentario en “La identidad de Shakespeare, un dogma del siglo XXI”

  1. El «Fausto» de Marlowe publicado en 1604 y 1616, parece un trasunto directo del propio Marlowe desterrado, arrepentido por todo, yendo a escondidas de un sitio a otro cerca de gente poderosa, y condenado por la eternidad al infierno.
    Debió darse cuenta que de alguna manera no había marcha atrás.

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